martes, 26 de noviembre de 2013

“Una identidad perdida”

“Lo que haces habla tan alto, que no puedo escuchar lo que me dices”
La pregunta es controvertida, porque muchos  desde mi postura considero que el proceso de reflexión-acción debería implicar a todo agente social-educativo, no obstante veamos por qué se da la importancia al papel del enseñante según lo que nos dice  Perrenoud en su libro “Desarrollar la practica reflexiva en el oficio de enseñar” (2004).
¿Para qué formar a los enseñantes a reflexionar sobre su práctica?
Ante esta pregunta me vino a la mente la película “La educación prohibida” donde se hace una crítica a la educación de nuestros días en cuanto a sus estructuras particulares y generales que funcionan en un sistema de hegemonías.
El argumento central es la ecuación que todos nos hemos prohibido, porque no hemos sido capaces de cambiar nuestra manera de ver la educación, y los que lo han visto han hecho se aprovechan para ser de la clase dominante (como lo decía Freire) o simplemente no hacen nada. Y ese proceso de valorar las fallas y bondades de la educación de nuestros días es un proceso que confiere a todos, pero implica un proceso de “concienciación de la realidad en que vivimos”, por tanto implica la reflexión de los agentes educativos.
En este caso el enseñante, maestro, docente, ejecutor, guía o lo que sea tiene un papel fundamental para colaborar con la concienciación de sí mismo y de sus aprendices y Perrenoud propone la reflexión para ello.
-       Reflexionar para compensar la superficialidad de la formación profesional.
Si bien en la película se critica mucho el trabajo de los docentes, y pone hasta cierto punto su labor e entre dicho, la formación que le ha sido otorgada por el sistema, muchas veces carece de un contenido que le lleve a replantear su manera de actuar y de llevar a cabo su práctica.
Se le prepara en cuanto a saberes teóricos, procedimentales en cuanto al saber hacer lo que se quiere que se haga, y el comportarte como quiere un sistema que se comporte. No hay una formación que le involucre en la practica reflexiva.
-       Permita hacer frente a la creciente complejidad de las tareas.
 En nuestros días se habla de que la sociedad ha cambiado de una manera insólita, pero la educación ha quedado pasos atrás. Y aunque se ha buscado seguir de cerca esa evolución, no se logra por que los requerimientos que demanda la escuela para los enseñantes implican poner en juego cuestiones de ética.
Lo que provoca que el ser enseñante se vuelva un oficio de lo imposible, porque se pretende que pasen muchas cosas, pero no se toma en cuenta de lo que implican las pretensiones que se escriben ante un contexto que los mismos maestros no conocen.
-       Proporcione los medios para trabajar sobre uno mismo y favorezca la cooperación con los compañeros.
La formación en la reflexión debe iniciar en el cambio de propio enseñante, que es modelo de actitudes, y por tanto no puede tratar de formar un ser, si él no es el ser mismo. Y al tiempo que trabaja sobre si mismo colabore son otros, promoviendo esa unificación tan desdeñada de la educación, desde la formación de pequeñas redes de trabajo y de grupos de reflexión e intercambio de experiencias, que lleven a la formulación de alternativas innovadoras, hechas por los mismos practicantes, en beneficio de la mejora de la educación.
Es por ello que a grades rasgos se debe formar en la reflexión al enseñante, y que confluyen en una premisa  que alude al título de la presente reflexión: para recuperar una identidad perdida.
Y es que puede sonar como un algo trágico, pero se ha perdido la identidad de la educación, de los enseñantes y de los alumnos. La educación ha perdido el norte, haciendo de la educación una educación prohibida, pero porque nosotros nos la prohibimos al no tratar de encontrar el sentido de la misma.


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